Los antisistema eran ellos

En uno de sus últimos artículos en El País, Íñigo Domínguez hacia un recordatorio del olvido fácil con el que a menudo se premia los errores (si es que debemos llamarlos así y no de otra forma) de nuestros dirigentes más encumbrados y de nuestras cabezas económicas más solicitadas. Que si hablamos de economía posmoderna y neoliberal, equivale a decir cabezas cuadradas.

Como por ejemplo el error que llevó, vía dogma neoliberal (pura corrupción transmutada en ideología y catecismo), al desastre económico y político de los ciudadanos griegos.

En otra medida pero con la misma fuente de inspiración dogmática, también llevaron al desastre a España y a los españoles.

Paradójicamente, a pesar del «fin de las ideologías» que anunciaron sus monaguillos, esta “ideología” única y excluyente, o sea dogmática, causa desde hace tiempo destrozos por doquier.

Comentando el caso griego, Íñigo Domínguez pronuncia (o escribe) una frase certera que ilumina las conciencias de hoy e iluminará probablemente también las de mañana: «Los antisistema eran ellos».

¿Se puede decir mejor?

Ese catecismo tóxico y omnipresente, el más vendido y predicado de nuestro tiempo (sus comisiones les cuesta a nuestros gerifaltes), tiene hoy monaguillos obedientes y bien pagados en casi todos los rincones del planeta. En España son sobradamente conocidos, y al contrario que su jefa de aquel momento, Merkel, aún no han pedido perdón por las consecuencias letales de sus doctrinas averiadas. Lo repetimos a menudo por si un día suena la flauta y se dignan pedir disculpas.

También en Cataluña los monaguillos del dogma «sistema» obedecieron con máxima diligencia, y sin pensárselo dos veces aplicaron el corte (y los recortes) allí donde más desvalida e impune es la herida. Aunque luego tuvieron que hacer un vuelo de urgencia en helicóptero, que fue, por cierto, un vuelo corto, gallináceo.

Tampoco estos han pedido disculpas, aunque sí que echaron mano, por eso de distraer al personal, de la correspondiente fuerza centrífuga de tinte nacionalista, no como héroes de la corrupción, que de hecho eran, sino de la secesión, que les importaba un bledo.

En este totum revolutum, y quizás con la intención poco criticable de evitar la presencia de los tanques en una parte tan importante de España (a estas alturas del siglo XXI esos tanques harían mucho ruido), nuestro actual gobierno, que a todas luces es legítimo y democrático, e incluso tiene un cierto componente progresista -aunque pasarse no se pasan-, ha echado mano de una medida un tanto desesperada, como es intentar aliviar las consecuencias penales de la malversación que dicen secesionista (como si hubiera alguna malversación que no lo fuera), en una suerte de apaño legislativo «ad hominen».

Esto de «ad hominen» ahora se dice mucho, aunque no hace tanto y por los mismos motivos, aunque con otros protagonistas, algunos de los que ahora tanto dicen, entonces no dijeron ni mu.

Esta iniciativa a la desesperada, que intenta evitar lo peor, no corrige (más bien al contrario) una tradición que ha hecho de nuestro país, dentro del «entorno europeo», uno de los más obscenos en cuanto a corrupción política y económica se refiere (quizás conviene añadir a estas corrupciones, como condimento necesario de ese guiso, también la corrupción judicial). Esto conviene subrayarlo. Y eso que no es buen momento, como todos sabemos, para referirse al «entorno europeo» como una referencia ineludible de comportamiento ético y ejemplar, pero es que si nos falla el sistema (o antisistema) español y nos falla como refugio redentor de esa lacra nuestra el «entorno» europeo ¿Qué nos queda? Pues digámoslo claramente: ya va quedando poco.

Cuando algunos optimistas veíamos en Europa un hilo de esperanza para que nuestro país se curase de su corrupción inveterada y aprendiera Estado de derecho, luego ocurre lo que ocurre (y no es solo el Qatargate). Y es que esto, la falta de ética de nuestro «entorno europeo» y sus instituciones políticas, que con el Qatargate ha estrenado un nuevo episodio de lobbismo y corrupción, no viene de ahora sino de un poco más atrás, y coincide en gran medida con el triunfo del dogma ultra liberal como pensamiento único, y por tanto también europeo, trasplantado aquí desde USA tras causar allí los destrozos que todos sabemos, destrozos que culminaron con Trump y su asalto fascista al Capitolio.

Un impulso inspirador para todo esto fue aquello tan aplaudido por los neoliberales (su principio más querido y el que más los acerca al fascismo) de «no hay alternativa”. Aunque por contraste, para los corruptos todo son alternativas y opciones donde escoger en orden al enriquecimiento ilícito. 

Parece cada vez más evidente que el neoliberalismo no es otra cosa que el disfraz glamuroso de la delincuencia económica organizada y sin fronteras.

Merced a esta invasión e involución histórica los europeos nos estamos quedando sin referencias, salvo que nos remontemos a los ejemplos más dignos de nuestra ya larga y atribulada Historia.

Y volviendo al tema de los golpes de Estado en España y las medidas que se toman “ad hominen”, en realidad las puertas giratorias, de las que tanto han abusado algunos de nuestros más insignes constitucionalistas y padres de la patria, son una forma de malversación ad hominen. Y todos comprobamos cómo algunos de los que hoy ponen el grito en el cielo, no dijeron ni pio cuando Zapatero le buscó un apaño ad hominen a Botín el banquero, porque poderoso caballero es don dinero.

También callaron cuando se dio por bueno aquel perdón ad hominen, aunque masivo, de los defraudadores y delincuentes fiscales de nuestro país. Y no digamos cuando se barajó la posibilidad, por supuesto remota, de que el emérito no respondiera de sus actos, pelín corruptos y comisionistas, por una indebida y poco meritoria impunidad consanguínea. El clamor a los cielos de entonces, de estos que hoy se rasgan las vestiduras, quedó registrado en los anales de nuestra democracia ejemplar como un silencio denso, turbio, y sintomático.

Que no, que no hubo clamor, que lo que ocurrió fue que cuando nuestro jefe del Estado vulneró la ley impunemente, repetidamente, y a sus anchas, sus cortesanos callaron, doblaron el espinazo, y miraron para otro lado silbando un himno sin letra. Ad hominen. Y si el jefe de un Estado vulnera impune y repetidamente la Ley, pues ya saben lo que se deriva de ahí: malas costumbres y peores vicios.

En realidad aquello que afirmó Cosidó (senador del PP) con total seguridad y sin lugar para la duda, es decir, que ellos, los políticos, senadores, y gerifaltes del PP, toquetean a los jueces del Tribunal Supremo por detrás como práctica rutinaria y de lo más normal, ya debió considerarse un golpe de Estado además de una mala costumbre. Y si de esos antecedentes y hábitos consolidados tiramos del hilo resulta que nuestra democracia «homologada» consiste básicamente en eso: en un golpe de Estado homologado y permanente.

Es obvio que nuestra jefatura de Estado está totalmente desprestigiada en términos democráticos y de justicia, y que nuestra judicatura está totalmente desprestigiada en términos de justicia y democráticos. No va quedando por tanto mucho.

Todavía quedaban, como consuelo y último dique ante la marejada, los servicios públicos, pero también ese agarradero se nos empieza a escamotear y escapar de las manos. Irresponsabilidad supina como se comprobará si no se remedia con urgencia.

En definitiva no pinta bien y todo se corresponde con el programa cumplido del neoliberalismo triunfante, que no cree en la sociedad («No hay sociedad, solo individuos» decía Margareth Thatcher), no cree en la democracia (recuerden a Margaret Thatcher tomándose el té con Pinochet y poniendo a este dictador fascista a salvo de la justicia), y no cree en la libertad (como evidencia la frase dogmática «No hay alternativa»).

En realidad todo es tan monótono, unidireccional, y abocado al desastre en este mundo posmoderno tan extraño y en el fondo tan coherente (como ven soy optimista), que dentro de poco lo único interesante, desde el punto de vista científico, será observar cómo se las apaña cada cual, o sea cada hominen, para huir de este malhadado «sistema» corrupto.

De aquellos polvos y malversaciones estos lodos

¿Recuerdan el austericidio?

Aquel que Rajoy aplaudió y aplicó enérgicamente (a los demás) y luego su autora (Merkel) dijo que había sido una metedura de pata como la copa de un pino. ¿Si? ¿Lo recuerdan?

Pues hacen bien en recordarlo porque gracias a algunos políticos de nuestro país, la metedura de pata continúa y el austericidio sigue campando a sus anchas.

Así como entonces algunos políticos febles y sus coros mediáticos (tan febles como ellos) se apresuraron a seguir las órdenes de la jefa Merkel para meter la pata con ella hasta el fondo, se hacen ahora los remolones para sacarla.

Que nos estemos quedando sin un sistema sanitario que fue motivo de orgullo, realidad preocupante que cabe deducir del deterioro severo observado en varias Comunidades autónomas, con especial protagonismo de Madrid, inspiradora de todos los amigos de la tijera neoliberal, y esto a pesar de los arrepentimientos públicos expresados durante la pandemia, cuando miles de cadáveres estaban aún recientes, sobre lo inoportuno de los recortes aplicados (vía austericidio) al sistema sanitario de todos, tiene que ver con esa realidad y esa ideología.

Que los médicos de carne y hueso, olfato y tacto, vista y sexto sentido (ojo clínico dicen otros), sean sustituidos por pantallas y kioskos telemáticos, tiene que ver también con ello.

Que el negocio de los seguros sanitarios privados, como el del agua privada, como el de la electricidad privada, como el de la energía privada (el aire está aún por privatizar), vaya viento en popa, demasiadas veces con destino en los paraísos fiscales, tiene que ver con ello.

Vamos a una sociedad escafandra y metaversa, escapista y dividida, en la cual el que tenga dinero para pagarse una (escafandra) podrá respirar aire puro, y el que no, tendrá que ahogarse intoxicado por la porquería ambiente. Cuestión de precios y nivel adquisitivo dentro de la lógica despiadada y desregulada del mercado. Aunque digámoslo claro: al final la porquería ambiente, promovida y alimentada tan irresponsablemente, acaba alcanzando a todos.

Cuando ya estamos enfrascados en nuevos desastres y nuevas angustias (la guerra de Ucrania, el riesgo cierto de guerra nuclear, la inflación, la carestía de lo básico, empezando por los alimentos y siguiendo por la calefacción…), la serie televisiva «This England» nos devuelve a la crisis anterior, la crisis pandémica, que parece olvidada pero que fue ayer y puede volver a ocurrir mañana. Boris Johnson, la política neoliberal, y la pandemia. Muy recomendable como ejercicio de memoria.

Un hilo de esperanza puede haber todavía en la certeza o certidumbre de que lo que va a acabar con la carrera de unos cuantos políticos en nuestro país no es el bolchevismo, ese fantasma del que nunca más se supo, sino la desesperación de los ciudadanos ante el deterioro y la pérdida de su sistema de salud.

No sería la primera vez que este error garrafal acaba con gobernantes empinados y gobiernos prepotentes, autonómicos o centrales.

Ese bolchevismo invocado y agitado por los monaguillos del catecismo neoliberal para justificar sus delirios económicos y fiscales, recortes y privatizaciones, nos recuerda mucho al coco para adultos de las pinturas más negras de Goya. La flatulencia dañina de una mente fanática, o la artimaña de los que saben que es mentira.

Y sí bien se mira, el austericidio pernicioso (como su inspiradora luego confesó) y de tan fatales consecuencias durante la pandemia, tiene en su génesis como fundamental impulso toda una retahíla de estafas financieras, fraudes fiscales, ventas engañosas de humo, y malversaciones a tutiplén, que cualquier que tenga los ojos abiertos al presente posmoderno sabe que constituyen el santo y seña del programa neoliberal y sus «desregulaciones» anexas, o sea un producto natural de la ultraderecha económica y política. Aunque aquí tenemos que incluir como colaborador necesario a un PSOE (el de Felipe González) vendido -literalmente- al neoliberalismo.

En el origen del austericidio catalán con sus recortes draconianos, que fue la espoleta que puso en marcha la última movida independentista (recuerden aquel vuelo escapista de algunos políticos austericidas en helicóptero), estaba la malversación continuada de sus dirigentes de entonces, prima hermana de la malversación continuada de otros dirigentes de nuestro país en aquel tiempo.

Hasta ese punto la corrupción consentida y consensuada entre centrípetos y centrífugos puede ser tóxica para un país. Hasta romperlo y disolver su unidad, fiel copia de la división y enfrentamiento que, dentro de toda sociedad, produce la ideología y la política neoliberal.

Así que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que de aquellos polvos de corrupción y malversación, bien vista y consentida, proceden los actuales lodos separatistas.

Raro, incomprensible, y muy peligroso sería que la permisividad con la malversación, una forma de corrupción tan característica de nuestra derecha y de nuestro socialismo neoliberal, apareciera ligada a un gobierno que se dice progresista y por tanto contrario a este tipo de vicios, que al final resultan letales para cualquier democracia.

Políticos góticos y paraísos fiscales

Habrán percibido que cada año que pasa Halloween da más miedo. 

Suelen confabularse en esas fechas los astros oscuros y sus muertos vivientes para producir alguna catástrofe con muertos de verdad, ya sea mediante avalanchas humanas, eventos ruidosos (que llaman musicales), o cualquiera de esos movimientos informes en los que la masa se diría dirigida por el cerebro de una ameba.

En los preámbulos de esta fiesta mórbida que el capitalismo global ha impuesto urbi et orbi, ya se vieron algunos anuncios de que esa sombra festiva se aproximaba a nosotros cargada con su mal fario.

La ex premier británica, Liz Truss, en un impulso festivo a la par que siniestro, quiso quitar los impuestos a los más ricos y casi se carga toda la economía inglesa, deteriorada de forma imparable bajo la égida del thatcherismo radical. 

El intento de Liz Truss fue tan breve como su propia presidencia.

Aquí Díaz Ayuso, disfrazada de lo mismo que la ex premier británica (de dama de hierro con colgajos góticos), quiso anunciar el mismo regalo VIP y varios barones del socialismo neoliberal (valga el oxímoron) se apuntaron rápido al invento. Falta de reflejos o exceso de ellos que no supo ver ni previó lo insensato de la medida, ni siquiera como una mala copia del austericidio aquel, el de la estafa financiera (neoliberal) que nos trajo la Gran recesión. Recesión o involución de la que aún no hemos salido pues a la vez que económica fue ideológica y democrática.

Ni siquiera en Halloween pasan por buenos los malos disfraces.

Digamos lo evidente: el impuesto «progresivo», que es el que elogia y establece nuestra Constitución y nos permite avanzar en el siglo XXI, es «progre», y el impuesto «regresivo» o el fraude fiscal, que es lo que patrocina la ultraderecha económica y política, son «retro» y nos devuelven al siglo XIX.

En un artículo reciente, Vargas Llosa glosando a Kissinger, muñidor del golpe de estado en Chile en 1973, alababa a la sin par Singapur, enriquecida mediante las malas artes de los paraísos fiscales (en realidad son refugios piratas para delincuentes de postín), y defendía así un sistema económico retro y decimonónico con el que la plutocracia transfronteriza aspira a seguir acumulando riquezas y poder.

El símil más adecuado para estas transfusiones de la riqueza de un país al nido paradisíaco de la clase VIP, sería el del vampiro. A medida que aquello engorda con sangre ajena (sangre que procede de la explotación colectiva y los sueldos de mierda) aquí merman los servicios públicos o entran en anemia fatal.

Díaz Ayuso es «retro» plus y super «gótica» porque en un conflicto sanitario que ella misma ha provocado (primero cierra unos dispositivos de urgencias imprescindibles y luego los reabre con la mitad del personal), no solo no ha pedido disculpas por poner en riesgo la vida de los pacientes durante aquel cierre, sino que ahora se dice irresponsable del caos provocado con su reapertura en falso (sin personal).

Tampoco ha lamentado la agresión sufrida por una médica de estos dispositivos de urgencias reabiertos, a manos de un energúmeno violento que además de reclamar una receta «programada» en un servicio de «urgencias», repetía como un papagayo lo que la propaganda mediática de la presidenta excreta a diario sobre el «peligro rojo».

Aquí queremos detenernos pues nos parecen suficientemente graves los hechos, para señalar la clara vocación totalitaria y liberticida de la presidenta madrileña, que en vez de preocuparse por la salud de su profesional agredida, se ha permitido indagar e investigar su ideología política. El senador McCarthy no lo habría hecho mejor (o peor).

Como esta política gótica y superstar sea la guía e inspiración de Feijoo, nuestro país va apañado.

Tengo entendido que cuando los sanitarios españoles (que aplaudimos tanto durante la pandemia para insultarlos y agredirlos poco después) huyen del maltrato que aquí reciben, allí donde los acogen frotándose las manos por la adquisición y su buena suerte, no les preguntan por sus ideas políticas.

Se ve que sus países de acogida son países avanzados y Estados de derecho. 

Pero Madrid, el Madrid de Ayuso es otra cosa.

Lo de Díaz Ayuso, inmadura y desatada al modo Trump, empieza a ser preocupante y a recordar la época infame de la caza de brujas del senador McCarthy.

Echaniz, que fue consejero de sanidad del PP en Castilla La Mancha, también intentó cerrar los PAC en esta comunidad (dispositivos claves de las urgencias extrahospitalarias tanto en Madrid como en cualquier otra región de España), pero en este caso el intento del PP, que allí donde gobierna intenta acabar con la sanidad pública para engordar la sanidad privada, fue frustrado por unos jueces responsables que dictaron medidas cautelares contra un invento que «ponía en riesgo la vida de los pacientes». Tan sencillo y obvio como eso.

Todo arrancó con una denuncia del ayuntamiento de Tembleque que así logró salvar de ese peligro a toda la Comunidad.

La fiesta gótica y extranjerizante de quitar los impuestos a los más ricos suele traer más pronto que tarde sus consabidos lutos. 

Separatismos fiscales

Digamos para empezar que soy un ácrata, libertario, o liberal (de los buenos, no de los malos) que cree en el Estado.

Con esto quiero decir que así como soy liberal (o libertario) en el terreno del espíritu, de las costumbres, de la cultura (o de las culturas), y de las creencias, creo, precisamente a pies juntillas, en la labor beneficiosa del Estado en cuanto instrumento idóneo y hasta ahora no superado del interés general.

Que un hijo de la clase trabajadora pueda estudiar con beca (es solo un ejemplo) y hacer una carrera profesional, es causa y consecuencia de mi creencia.

Y dicho esto digo lo siguiente:

Que el PP quiera bajar los impuestos a los muy ricos no debería ser noticia. Quien no se haya enterado a estas alturas de que esa es la minoría exigua para la que gobierna este partido, es que no tiene los ojos abiertos a este mundo ni a este país.

Y lo mismo podríamos decir de aquellos que aún no hayan descubierto el sentido último de las privatizaciones a manta, o no sean conscientes de las relaciones que subyacen en los incontables casos de corrupción que este partido ha protagonizado y en la que es un redomado especialista.

Que el partido más corrupto de Europa quiera disculpar al rey emérito sus corrupciones y fraudes fiscales, y además quiera bajar o quitar los impuestos a los más ricos, responde a la misma lógica que utilizar fondos reservados (dinero de todos) para financiar a la policía política (del PP) que intenta tapar esa corrupción.

Otro si, si la competencia fiscal entre comunidades fragmenta un poco más España, no es cosa que espante a quienes, por activa y por pasiva, pero sobre todo por un elogio o un ejercicio continuado del fraude fiscal, han demostrado que no tienen más patria que el dinero. 

Caso del rey emérito, cuyo patriotismo (como el de otros muchos gerifaltes transfronterizos) se condensa y cristaliza en muy selectos paraísos fiscales, que podríamos considerar algo así como su patria electa.

¿Pero es que a los muy ricos les va a importar un comino el estado actual o el futuro de los servicios públicos de nuestro país?

Conocida la respuesta a esta pregunta, que es obvia, se conoce igualmente el por qué de la política fiscal del PP. Así que si usted pertenece a esa minoría exigua que (cree) puede prescindir de la sanidad pública, de la educación pública, de las pensiones y de todo aquello que se ha dado en llamar Estado del bienestar, y que nuestros abuelos consiguieron hacer realidad con imaginación, esfuerzo y lucha, adelante: vote a aquellos cuyo programa político (y no tienen otro) es acabar con todo eso. Recuerden que su objetivo es retroceder hasta un poco antes de la Revolución francesa.

Pero incluso, si me apuran, no es sólo cuestión de dinero y de ausencia completa (en los defraudadores al fisco) del sentido de comunidad, es decir, de patriotismo, que se demuestra primero y antes que nada pagando impuestos.

Un inciso: recuerden ese tópico cinematográfico en que un ciudadano (casi siempre yanqui) consciente de sus derechos y que se siente atropellado en su dignidad civil, responde no ondeando una bandera ni arreando a otro con el mástil, sino diciendo alto y claro: ¡Oiga, que yo pago mis impuestos!

Claro que hablamos de un cine anterior a la revolución-involución de la ultraderecha.

Pero hay algo más. Como decía, no es sólo eso.

El trasfondo en que estos hilos oscuros se mueven, es también de carácter ideológico, y de una ideología particularmente insensata pues persigue ni más ni menos que la disolución del Estado. Cosa que a estas alturas solo puede ser aspiración de iluminados o de cínicos.

Y el ejemplo más cercano de esta insensatez disolvente lo tenemos en Díaz Ayuso, cuyo nacionalismo madrileño por libre, una suerte de neo-separatismo de los muy ricos (los madrileños muy ricos primero), aspira a los mismos objetivos que perseguía Trump con sus mentiras: la ruptura del Estado y el imperio del caos neoliberal.

Un Estado que contiene clase trabajadora y clase media, no es del agrado de estos fanáticos. Procede por tanto disolverlo.

Y la mejor manera de hacerlo es empezar por el sabotaje: quitamos los impuestos a los muy ricos; damos becas y ayudas a los muy ricos… y así hasta que todo explote.

Observen por otra parte que la insensatez es de las cosas que más rápido y más fácilmente se contagian. Ya lo vimos durante la pandemia.

Fruto de ese contagio veloz de la inopia es la competencia en la que han entrado algunos presidentes autonómicos, sin carácter y sin convicciones propias, que ya solo aspiran a subirse al podium del separatismo fiscal.

¡Enhorabuena campeones!

Puede que ante la escasez de determinados trabajadores públicos (médicos, enfermeros, y demás), y dado que ya todo consiste en una refriega centrífuga a ver quién lo rompe mejor, también entren en competencia por pagar mejor y más a estos trabajadores públicos y evitar su fuga a otras Comunidades, para lo cual se necesita recaudar impuestos… de los pobres.

Pero también cabe que esto les importe bastante menos, y el hecho de que los servicios públicos se vayan al garete no les quite el sueño.

En resumen: si usted cree que en la selva de nacionalismos cada vez más minúsculos, pueriles, y feroces, controlados por la plutocracia local (que tiene allí el poder y el dinero en otro sitio), va a encontrar el futuro que ansía, adelante: sorpresas no le van a faltar. Y ya llevamos unas cuantas.

¿Recuerdan lo que se decía de los servicios públicos y de los impuestos cuando, durante la pandemia, los ciudadanos morían todos los días a puñados?

Y es que la memoria es tan frágil como atrevida la insensatez.

De la servidumbre voluntaria

«… y viven oprimiendo a una multitud de operarios y domésticos, no ciudadanos, sino esclavos, a quienes se prohíbe como delito lo que constituye las delicias de sus señores» (Girolamo Vida / Diálogo de la dignidad de la república. Cremona, 1556).

«Mas, hablando con propiedad, es una inmensa desgracia estar sujeto a un amo del que jamás se puede asegurar que será bueno, porque dado su poder siempre estará en su mano ser malo cuando desee» (Étienne de la Boétie / Discurso de la servidumbre voluntaria)

«En tiempos de crisis no hay que hacer mudanza» (decían los jesuitas), salvo que el no hacer mudanza sea la causa de la crisis (opinamos nosotros como escolio a esa sentencia con trampa).

Los jesuitas, que eran muy suyos, conocían por supuesto esta variante reflexiva sobre el asunto principal (hacer o no hacer, esa es la cuestión), pero no la expresaban abiertamente porque no todo conviene decirlo si lo que nos interesa, como poder constituido, es la inmovilidad y el silencio. Pero igual de jesuítico (o pragmático) que aquel silencio, o incluso más útil, si lo pensamos bien, es no callar ni ocultar determinados hechos que nos quitan la salud poco a poco. La salud civil en este caso.

Venimos de un tiempo en que no estaba bien visto llamar latrocinio al robo (de dinero público por ejemplo), y no por un respeto a las formas (que en este caso sería un falso respeto al poderoso que roba, además de una falta de respeto a los ciudadanos robados, al idioma propio, y a la razón), sino sobre todo por una servidumbre voluntaria y ciega que se ha constituido durante décadas en el eje y alimento principal de nuestro régimen corrupto… y servil.

Con toda seguridad y sin faltar a la cita la monarquía se desprestigia ella sola, no hay más que darle cuerda y llenarla alabanzas y besamanos. Pero algo ayudan en ese proceso aquellos cortesanos que se declaran abiertamente y sin ambages ciegos voluntarios ante sus vicios legales y sus privilegios ilegales, vicios y torpezas que ciertamente son consecuencia directa de su naturaleza irracional.

Parece claro que el rey emérito, el rey de los juancarlistas, tuvo (y aún conserva) una corte extensa, espesa, y sobre todo ciega, que le baila el agua, y que en su deseo de servidumbre voluntaria, no sólo renunció al sentido de la vista sino también al don del habla.

Otras veces no fue esa servidumbre voluntaria propia de los fanáticos que creen que los monarcas descienden, vía dinástica, de los efluvios divinos del Monte Sinaí, sino el interés concreto, contante y sonante, el que anuló sus facultades naturales y los hizo mudos y ciegos.

El conocimiento de la realidad tal como se nos presenta (y hablamos de la corrupción monárquica como epítome de todo un régimen y sello de un periodo histórico) puede, desde el tiempo presente, iluminar retrospectivamente el pasado y matizar su componente de fábula. Existe desde luego la decadencia y puede ocurrir que un presente penoso suceda o sea la consecuencia inopinada de un pasado glorioso y muy distinto, el de la Transición. Sin embargo la realidad ahora de sobra conocida (realidad que no se improvisa de un día para otro) debería incrementar nuestro interés por un análisis menos servil del pasado. Revisitar el mito (un tanto ajado) de la Transición y el relato (quizás igual de mítico y falso) del 23F. Y a esto es a lo que parece que apunta Antonio Elorza en su artículo de El País de 25 de mayo, que sin embargo flojea cuando hace responsable de esta servidumbre y ceguera voluntaria a la derecha oficial y no al PSOE.

Unos y otros, PP y PSOE, o sea PPSOE, han bloqueado sistemáticamente la investigación de la corrupción de la monarquía para dar mayor amparo y mejor refugio a la corrupción reinante. Lo cual es entendible, aunque no excusable, porque han sido y son partícipes y beneficiarios directos de esa corrupción. Esto es fácil cuando hay medios (y no son pocos) que han colaborado y colaboran en este juego, cuyo fin último es tapar o falsear la verdad. Escribe Elorza:

«De paso, esto invita a revisar la historia en cuanto a la Transición y al 23-F. Su comportamiento actual lleva a pensar que no defendió la Corona en el sentido de una institución democrática que él encarnaba, sino como patrimonio que le correspondía por la legitimidad dinástica, por encima de cualquier ley, y que estaba dispuesto a mantener a título personal. La conversación con Armada en vísperas del 23-F sería aquí una pieza esclarecedora» (Antonio Elorza / El País/ 25 mayo 2022).

Los que ayer eran «juancarlistas» hoy se declaran «felipistas». Es la misma película con distintos «actores». Es decir, la misma impunidad, la misma institución arcaica y retrógrada, la misma ignominia.

Estos días comprobamos, con datos fehacientes, que los enemigos del Estado, desde sus cloacas, realizan una labor de zapa que va minando poco a poco las raíces de la democracia. Actúan como termitas.

Los enemigos del Estado, es decir los corruptos que pululan en sus cloacas, son los que conocen los «secretos oficiales». Y son los que guiados por sus objetivos de corrupción (contra los ciudadanos del Estado) ocultan, tapan, callan, manipulan, o se inventan. Así es como funciona nuestro régimen. El tejemaneje y el lenguaje de los bajos (altos) fondos, viene descrito con mucha gracia en el artículo de Álex Grijelmo para El País de 27 de mayo:

“Fumarse un puro” (Cospedal); “Dar un palo” (dirigentes y famosos del fútbol); “Para la saca” (aristócratas folclóricos made in Hola); “La pequeñita” (entre Villarejo y Cospedal, refiriéndose a Soraya Sáenz de Santa María).

La servidumbre voluntaria es el aliado necesario e indispensable de la corrupción, y en nuestro país ese engranaje ha funcionado a la perfección.

Que la corrupción puede ser tan contagiosa como algunas variantes de virus lo comprobamos en la siguiente cuestión: ¿Sería admisible algo así como un «delito de injurias contra los ciudadanos» con el que poder empapelar, por ejemplo, al jefazo de Iberdrola que nos ha llamado tontos?

Pues no parece ni admisible ni razonable. Más bien sería irrisorio y absurdo. De la misma manera, tampoco es admisible ni razonable algo así como un «delito de injurias contra la monarquía», porque lo único que eso demostraría es que con el roce íntimo de nuestros monarcas con los suyos, se nos ha pegado y contagiado bastante el estilo medieval de las satrapías árabes, esas que descuartizan periodistas y a las que nuestro rey emérito besa tiernamente en las mejillas.

Etienne de la Boétie escribió «Discurso sobre la servidumbre voluntaria» siendo muy joven (se dice que contaba con solo 16 o 18 años). Fue además amigo fraternal de Michel de Montaigne, lo cual por sí solo es ya toda una recomendación. Su escrito, un tanto perseguido o manipulado por los distintos poderes, al igual que los ensayos de su amigo Montaigne, que estuvieron prohibidos e incluidos en el «Índice de la iglesia católica» (esa ignominia perpetua que a su vez es una guía muy recomendable de las lecturas más interesantes), es la lectura que hoy recomendamos. 

Una democracia con goteras

Una paradoja de nuestro tiempo, o si se prefiere, uno de los hechos que mejor ponen al descubierto la hipocresía del poder neoliberal (que como se sabe no es un poder democrático) es que toda la importancia que se le ha dado y aún se le da a la influencia que puedan tener en nuestro discurrir político las influencias subterráneas procedentes del Este (del Kremlin concretamente) en forma de espionajes, manipulaciones informativas, posverdades, etcétera, artes todas ellas en las que Putin, por formación o deformación profesional, es maestro, se le ha restado sin embargo a las influencias que con los mismos métodos y habilidades tecnológicas proceden de USA, y muy especialmente nos referimos al espionaje sistémico y multinivel que puso al descubierto Snowden, espionaje de control político pero también orientado por intereses económicos y empresariales de parte, ejercido sobre un amplio e indiscriminado conjunto de objetivos a espiar, incluidos los llamados «amigos» y «aliados». Un modo de actuar propio de un poder y de un imperio con instintos y prácticas claramente antidemocráticas.

Sobre este tema recomendamos la película de Oliver Stone cuyo título coincide con el nombre del héroe: «Snowden».

Por eso conviene dar máxima importancia y trascendencia al respeto riguroso de los principios democráticos y a la transparencia que la democracia implica. Cuando esto falla y se van sumando los consentimientos febles con las opacidades múltiples, todo ello en abono y cultivo de las sombras, se acaba en un estado de deterioro irreversible semejante al de la Rusia de Putin. Y ciertamente no es eso lo que queremos. Por eso es necesario resistirse y protestar ante este tipo de abusos.

Si nos mostramos indiferentes y consentidores con (por ejemplo) la desigualdad ante la ley que lamentablemente rige en nuestro país (desigualdad incompatible con cualquier democracia que se precie), y pasivos ante la impunidad de nuestros monarcas, libres de manos y exentos de responsabilidad para cualquier fraude y para cualquier delito, después consentiremos dóciles y sumisos, ya como siervos y no como ciudadanos, la existencia de cloacas en el Estado cuyas fechorías al servicio de determinados partidos y de determinados intereses ilegítimos, son conocidas por todos.

Todas ellas prácticas muy poco democráticas, de hecho ilegales.

De este estado de cosas tan perverso tenemos un amplio muestrario con hechos recientes y conocidos, protagonizados por el PP y personajes de la talla moral del comisario Villarejo. Y es este partido precisamente, el PP, el que casualmente pacta y comulga con los colegas ideológicos de Putin en nuestro país, es decir con VOX. Es de temer por tanto una concurrencia en los objetivos y los métodos que si no reaccionamos a tiempo nos acerquen al modelo putinesco.

De ahí que el actual caso de espionaje a través del programa «Pegasus» no se puede interpretar de forma aislada, sino que debe hacerse en el contexto de unas cloacas del Estado que en nuestro país han tenido patente de corso para operar a sus anchas y que convierten nuestra democracia en una pantomima que más que producir risa tira a tenebrosa.

Por ello mismo los amigos y justificadores de la opacidad (enemigos de la información libre y transparente) nos resultan tan preocupantes.

Como resulta no solo esclarecedor sino patético que sean precisamente los partidos implicados en estas fechorías y delitos subterráneos los que se consideren únicamente dignos de conocer los secretos del Estado. Secretos que en nuestro país son más secretos, opacos, y duraderos, que en la mayoría de los países de nuestro entorno. A lo peor es que hay más que ocultar. Es decir más fluida y más abundante corriente antidemocrática subterránea.

Que al final nos hayan resultado bastante indiferentes los hechos de espionaje denunciados por Snowden (¿cabe mayor osadía o algo más grave en esta materia?) es lo que nos va entrenando para la docilidad siguiente en el programa de control y deterioro democrático que algunos de nuestros líderes (los autodenominados «centrados» y «constitucionalistas») estiman conveniente. Conveniente para su beneficio personal y el de sus partidos, el cual tiene muy poco que ver con el interés público o la salud de nuestra democracia.

Si ha habido acciones antidemocráticas e ilegítimas en este caso, no debería ser necesario pedir la cabeza del responsable. De él mismo o de ella misma debiera salir la decisión de dimitir.

Todo parece indicar que de la misma forma y por los mismos motivos que somos objeto de precariedad laboral y social pactada y consensuada, somos objeto también de espionaje programado y previsto. Luego los «extremistas» son los otros, los que se revuelven y protestan contra este estado de cosas.

Una vez reconocida por Margarita Robles de forma indirecta la responsabilidad en este espionaje vía «interna», ha aparecido ahora otro espionaje implementado al parecer por un agente “externo» (signifique esto lo que signifique), y del que habrían sido víctimas algunos de los presuntos responsables del primero. Lo cual introduce un giro barroco en el asunto que no sabemos si nos aclara el problema de fondo o nos hunde aún más profundamente en las cloacas.

Una Idea práctica

Toda guerra es una orgía de sangre inocente de la misma forma que todo capitalismo sin control es una orgía de dinero turbio. Una orgía (la del dinero turbio) suele llevar a la otra (la de la sangre inocente). «Realpolitik».

Y realpolítiko es el que comprende la sinrazón que mueve todo esto y lo asume, cuando no lo defiende y lo promueve.

La Historia no se detiene, pero a veces camina hacia atrás. Y así hay quien a la guerra y al dinero turbio lo llaman progreso y lo encuentran tan natural e inevitable como las leyes de Newton. Hay que dejar que el dinero turbio crezca (dicen) para que luego se derrame, por inercia. Lo que pasa es que no suele derramarse sino explotar.

En la orgía todo vale, no hay reglas, y ese «todo vale», tanto en la guerra como en el capitalismo, ese «laissez faire» tan elegante que se dice en francés, es un valor «liberal», dicen los «neoliberales». Que no son ni siquiera liberales a la violeta sino liberales pardos, teñidos, o sea falsos liberales. Amigos de la dictadura del dinero, eso sí.

El dinero turbio se disfraza entre nosotros con los oropeles de la cultura avanzada y cosmopolita, pero es un espejismo y un fraude del pensamiento. Al cabo no hay cultura ni cultivo, ni tampoco «crecimiento» abonado con dinero sucio, solo destrucción y miseria. Miseria material, miseria ecológica, y miseria moral. Pobres y oligarcas. Precariedad y corrupción. Y al final guerras.

Los escrúpulos de conciencia, la igualdad ante la Ley (de la que carecemos en España), la reforma de las Leyes injustas, el no «laissez faire» según qué crímenes, el anteponer el «bien común» al privilegio privado, y la prevalencia del poder legitimo (democrático) sobre el poder económico que no lo es en la toma de decisiones que nos afectan a todos, se consideran por los politólogos de la posmodernidad como antiguallas, valores caducos por estrechos y puritanos, que no concuerdan con la realidad presente, mucho más ambigua, realidad que nos llaman a asumir en toda su «riqueza».

Hay toda una orquesta de grillos filósofos y políticos giratorios dedicados exclusivamente a este menester: convencernos de que debemos aceptar con docilidad bovina esta realidad posmoderna que «nos hemos dado» y con la que nos damos, por cierto, un batacazo tras otro. Y es que aunque los hechos lo desmientan, están convencidos, estos forofos de su fe, de que el catecismo neoliberal del mercado no se equivoca nunca.

Más bien ocurre al contrario, que se equivoca con frecuencia, y cada error nos cuesta un mundo, y ya casi un planeta.

A pesar de lo reiterado de los golpes y las sucesivas crisis, no solo de representación y confianza, sino económicas y sociales, y ahora también de seguridad, los politólogos y académicos neo-retro-liberales vuelven una y otra vez a la carga: no hay más pensamiento que el pensamiento único ni más ideología que la suya. En consecuencia nos conminan a que comulguemos con sus ruedas de molino, porque alternativa no hay, nos dicen.

En cuanto que las alternativas se han reducido hasta desaparecer del todo (y esto lo adornan con el eufemismo de «tecnocracia»), cada vez somos menos libres. Solo es libre el que puede elegir, los que no pueden hacerlo son autómatas o esclavos. Piezas en el engranaje de una mecánica ajena. Por ejemplo: «tecnócrata» era el austericidio, hasta que se descubrió que en realidad no derivaba de una fórmula matemática sino que era una metedura de pata de políticos necios o cegados por el fanatismo (y su interés).

Y el caso es (conviene señalarlo) que sí podemos elegir, más o menos, a nuestros «representantes». Los que no pueden elegir son ellos. Es una impotencia por representación.

Ellos (pobres) solo pueden obedecer las reglas que les dictan los dueños del dinero. Reglas bastante simples: no quieren reglas, quieren selva. Es así como nos «liberan». A la fuerza y sin contraprestaciones. En realidad ellos no querían corromperse, pero no han tenido elección.

Las burbujas económicas y las privatizaciones corrompidas, en las que han coincidido tanto el PP como el PSOE (a partir de Felipe González), son obra de esa libertad tan peculiar que predican ambos. Por eso lo que dice ahora el PP de que el PSOE ha arruinado a las clases medias y trabajadoras en España, resulta tan chocante y estrambótico, y es un ejemplo más del humor negro que nos caracteriza y del esperpento patrio. Todos sabemos que ese empobrecimiento, que no cabe negar, es el resultado de una obra de colaboración y consenso del PPSOE.

Como cabe achacarles también, a partes iguales, el descrédito de nuestra democracia y la impunidad de nuestra monarquía. Toda la parafernalia rancia que cabe resumir en ese deseo oscuro de «gran coalición» (la gran tapadera) con el que aspiran a conservar un régimen caduco y corrupto que nos ha llevado al estatus de país anómalo y democracia defectuosa.

El riesgo de este estado de cosas es caer en la tentación de pensar por libre:

Cuando hablan (en su neolengua) de «Derecho internacional» pensamos enseguida en la guerra de Irak y en sus promotores torcidos y alejados de todo derecho justo.

Cuando hablan de «valores liberales» pensamos en sus paraísos fiscales, o en las puertas giratorias y los monopolios de sus mercados cautivos. Y también en esos «representantes» que a la vista de todos (les da igual) ingresan, tras prestar servicio oculto a sus amos, en los consejos de administración de sectores que privatizaron para saquearlos después, trampolín de tantos oligarcas «hechos a sí mismos». Lo que en su jerga podríamos denominar «meritocracia» de altura en el contexto de un capitalismo de amiguetes.

Cuando hablan de «cosmopolitismo» pensamos sin querer (no es un pensamiento grato) en la fosa del Mediterráneo, llena de cadáveres, el mismo mar en el que los oligarcas rusos nos plantan sus yates. Y damos las gracias por la propina.

Para unos (los refugiados de la miseria y la guerra) fosa. Para los otros (delincuentes económicos que saquean pueblos y financian guerras) alfombra roja.

Cuando hablan de mercado libre y sociedad abierta, pensamos en los beneficios que se privatizan y en las pérdidas (y estafas) que se socializan. Pensamos en el austericidio.

Cuando hablan de «realismo» pensamos en los beneficios «caídos del cielo» y otras intervenciones divinas. Milagrosas de hecho.

En toda impostura se incluyen vetas más o menos acotadas y aceptadas de hipocresía consensuada. Pero si son demasiado amplias y predominantes, como es el caso, pueden sustituir y ahogar el tejido noble. Arruinan de manera irremediable la farsa institucional.

¿Cuestión de dosis?

No. Cuestión de principios.

Pero no solo de principios. También cuestión pragmática, de pura o impura utilidad.

Ahora bien, para ese objetivo de utilidad, la razón debe ser honesta, no sofística. Del falseamiento de los hechos y de los sofismas dialécticos no se deriva ninguna utilidad real y duradera. No al menos una utilidad que beneficie a la mayoría.

Escucho a Felipe González, en pleno ejercicio de su sofística habitual (que siempre fue una sofística de vendedor de alfombras), decir que aquellos que critican el «neoliberalismo» lo quieren sustituir por el «neopobrismo». Y es que según él, con el neoliberalismo no hay pobres, solo desigualdad (recordemos para orientarnos que González es uno de los discípulos más entusiastas de Margaret Thatcher).

En cuanto que el neoliberalismo no produce pobres (solo desigualdad), tampoco debe producir (o no se debe mostrar) pobreza energética ni hambre infantil. Todo esto solo son inventos de los radicales podemitas y de Cáritas.

Esto me recuerda bastante a lo que decía recientemente un político del PP, colaborador de Ayuso, cuando afirmaba que él no veía por ningún lado (de los lados que él frecuenta) esos pobres que describen, entre otros, los informes de Cáritas. Pobres que cualquier funcionario de rango bajo o medio, como médicos generales y demás servidores públicos a pie de obra, ven cada día en su abundante y cruda realidad.

Como ingente es también, ante la ausencia de inspección, el número de inmigrantes explotados por mafias y desalmados, al margen de toda legalidad laboral y al margen de toda consideración humana. Que parece como si los sindicatos fueran, y desde hace tiempo, un jarrón chino al servicio del poder, mero adorno carente de sustancia.

Una sociedad donde la desigualdad y la precariedad crecen sin parar es una sociedad donde los sindicatos no hacen bien su trabajo.

González y el PP (la gran coalición, el centro ultra y corrupto que sustituyó el centro socialdemócrata) coinciden en que el neoliberalismo no produce pobres, ni precariedad. Ceguera voluntariosa que se encuadra en ese otro fenómeno más amplio del negacionismo. Lo mismo niegan una pandemia, que niegan el cambio climático, o que existan pobres.

Bien, dejemos a este emérito expresidente con sus sofismas dialécticos, tan brillantes como vanos, y concluyamos, ateniéndonos a los hechos, que la alternativa al pensamiento único del neoliberalismo (tan fracasado que ya hiede) no sólo existe sino que es hoy más necesaria y urgente que nunca. Y no es el «neopobrismo» sino la socialdemocracia que González traicionó y tiró por la borda en colaboración con el PP.

Para ir entrando en materia, desde una descripción y análisis de los hechos palpables, leamos por ejemplo el artículo de Paolo Gerbaudo, publicado en El País del 27 de marzo: «La seguridad es ahora la prioridad…».

O si queremos irnos más atrás a las raíces de la sensatez y el buen gobierno, y a las mentes más lúcidas que dieron a luz la Europa comunitaria, leamos lo que decía Alberto Savinio en «El destino de Europa» (artículos escritos entre 1943 y 1944), y que muy bien puede servirnos de referencia actual:

Decía Savinio:

«Ningún Hombre, ninguna Potencia, ninguna Fuerza podrá unir a los europeos y hacer a Europa. Tan sólo una Idea podrá unirla y hacerla. Y dicha Idea no es otra cosa que lo humano por excelencia. Dicha Idea es la de la comunidad social. No puede ser otra que la idea de la comunidad social. No existe ninguna otra idea capaz de obrar el milagro esperado por todos: la unión de Europa. Porque la única idea fecunda y práctica de nuestro tiempo es la de la comunidad social. Es la idea práctica de nuestro siglo, tal como en el siglo pasado lo era la idea liberal».

Esto lo decía en vísperas del fin de la segunda guerra mundial y en vísperas de que Europa creciera como Idea y proyecto.

Luego vinieron los mentecatos olvidadizos que pensaron que Europa se podía refundar siguiendo el ejemplo de la selva decimonónica. La selva neoliberal. La que Alberto Savinio llamaba del «siglo pasado».

Democracia defectuosa

Escucho en la radio y confirmo en otros medios que España ha descendido en su calificación de calidad democrática y ha pasado de democracia «plena» a democracia «defectuosa».
Esto a mí no me sorprende, y lo que sí me sorprendía es que con una jefatura del Estado cuya corrupción e impunidad es conocida, esas calificaciones siguieran otorgando a nuestro sistema el sello de democracia «plena».
Por no mencionar los incontables (y lo de incontables es literal) episodios de corrupción en que las más altas instituciones de nuestro país, incluidos los partidos predominantes, PP y PSOE, han estado implicados en régimen de coordinación, turnismo, sincronización, consenso en la omertá, y mutuo apoyo, y esto durante interminables décadas. Que a esto y no a otra cosa responde esa querencia obsesiva de algunos de sus protagonistas principales por eso que llaman la «gran coalición», es decir, la gran tapadera. Y quizás también se deba a esto que nuestros archivos de Estado tengan una vida secreta tan larga en comparación con los países de nuestro entorno en que la democracia exige cierta transparencia y está reñida con un secretismo tan prolongado.


También esta corrupción continuada en el tiempo explicaría nuestra falta de seriedad, con incumplimientos repetidos de los requerimientos que se nos hacen desde las instituciones a las que pertenecemos. Que parece que no hay día en que no nos multen o no nos llamen la atención, sea por el abuso de la temporalidad laboral y la estafa cometida con los trabajadores interinos; sea por la contaminación de nuestra ganadería industrial; sea (como ahora) por la independencia de nuestros jueces; sea por la prepotencia y abusos de nuestros bancos; sea por la fragilidad y escasa dotación de nuestros servicios públicos y de nuestro Estado del Bienestar.
Que es en este país y no en otro, donde determinado «partido de gobierno» ha destruido pruebas (discos duros) a martillazos para ocultar su corrupción. El mismo partido que ha parasitado las cloacas del Estado y ha utilizado a la policía de todos para sus fines partidistas, perseguir a la oposición política (como en una dictadura bananera), y malversar fondos reservados.
Y es también en este país donde una presidenta de una comunidad autónoma califica estos días los casos de pederastia clerical (la comunidad cristiana es otra cosa) como “error», y tienen que recordarle que no se trata de un error sino de un delito. Al menos en un Estado que podamos calificar de civil y civilizado, y no de teocracia medieval.

Una duda temible: ¿Acabará España acostumbrada a la sarta de insensateces y a los discursos falaces con que se prodiga esta presidenta autonómica? ¿Anestesiada ya para cualquier capacidad de percepción y discreción? ¿Sumida en la ceguera plena e irreversible?


Una de las cosas que al parecer fallan notoriamente, según los calificadores expertos, es nuestra independencia judicial. Lo descubren ahora. Un poco lentos sí que son. A lo peor todavía no se habían percatado de la corrupción de nuestra monarquía (que es jefatura del Estado) y el abordaje que de esto ha hecho nuestra justicia. O quizás aquello otro del “toqueteo por detrás” a los jueces del Tribunal Supremo, del senador Cosidó, no lo habían considerado como input en su calificación. En fin, todo un misterio, y en todo caso habrá que darles un voto de confianza, ya que suponemos que esos calificadores también están sujetos a un escrutinio de calidad y fiabilidad. Lentos desde luego son un rato a la hora de percibir los hechos.


Ecología y Medio ambiente: dejemos por un momento a un lado el ataque consensuado contra el ministro Garzón por parte de aquellos que nos quieren ciegos y sin olfato, y pasemos al asunto de Valdecañas, no sin antes decir que la aspiración «altruista» de dar de comer nosotros (carne) a todos los chinos puede dejarnos a nosotros, los españoles, sin tierra digna de tal nombre o directamente inhabitable.
La población china seguirá aumentando, en la línea de su tendencia natural, mientras que nuestra tierra contaminada se seguirá vaciando según una tendencia mantenida que a nuestros políticos-empresarios les resulta al parecer indiferente.

En el asunto del proyecto que intentaba convertir una isla en el entorno del embalse de Valdecañas (Cáceres) en una especie de Marbella extremeña, y que ha acabado, gracias a la lucha y reivindicación ecologista, en orden judicial de demolición, ya que dicho proyecto era ilegal y afectaba a un espacio natural protegido, se dan cita casi todos los elementos de nuestro sistema corrupto, cuya calidad ahora se reconoce como defectuosa.
Dos presidentes «socialistas» de esa Comunidad autónoma colaboraron en esa agresión ambiental, lo cual es un síntoma más de nuestra barbarie política, y de lo confuso y poco fiable de nuestro espectro político. Resulta muy barato ponerse una etiqueta cualquiera. Por ejemplo “socialista”, por ejemplo “liberal”. Cosas de la neolengua adjunta al neoliberalismo.


Reforma fiscal. Leo el siguiente titular en la prensa (El País): «El PSOE frena el intento de Podemos de forzar ya una gran reforma fiscal». Al parecer los morados temen (y razones no les faltan) que este sea un punto más de su acuerdo que se quede sin cumplir y en agua de borrajas. Y son ya varios.
Es algo que se repite: Podemos intenta avanzar en justicia social y democracia, y el PSOE echa el freno. Por otra parte, constatamos ya de manera evidente que este gobierno es incapaz de controlar los precios abusivos de productos básicos como la electricidad o los combustibles, faltando así al cumplimiento de principios constitucionales fundamentales que promueven y aconsejan la intervención pública en situaciones semejantes.
Esto no solo hace que este gobierno aparezca como indistinguible de los gobiernos del PP (al servicio siempre del capital extractivo e irresponsable) sino que además constituye un incumplimiento más de sus promesas electorales.


¿A nuestros políticos les importan los ciudadanos o solo los beneficios desorbitados de los bancos? Yo diría que a estas alturas de la Historia (posmoderna), este tipo de dudas están más que justificadas.
Ante la sospecha fundada de que solo les importan los beneficios de estos últimos, y de que las personas de más edad han dejado de existir para nuestros bancos (y en la misma medida también para nuestros políticos), ha tenido que ser un ciudadano particular (médico jubilado) el que ponga en marcha una campaña, con recogida de firmas incluida, para denunciar esta vergüenza. Una más en el contexto de capitalismo salvaje que padecemos.
Carlos San Juan, médico jubilado, e impulsor de la campaña “Soy mayor, no idiota” ha entregado 600.000 firmas para pedir un trato más humano en la banca.


En resumen: todo un repertorio de mala calidad democrática. Que es a lo que lleva irremediablemente un capitalismo desbocado a los mandos de nuestro régimen.

Maquillaje

Es de dominio público que el PSOE, consciente de su extremismo neoliberal de las
últimas décadas, vendido al personal por Felipe González en cómodos plazos (él
como Blair pasarán a la Historia detenida de la posmodernidad por este logro),
sintió como pocas veces el apremio del maquillaje durante la crisis del 15M.


Como en aquel entonces (un entonces de hace dos días) la farsa hizo crisis y el
hartazgo hizo tope, el PSOE apareció ante un importante sector de la opinión
pública como hermano siamés del PP, ambos fundidos en unas mismas siglas
(PPSOE) y una misma corrupción solidaria: la propia del modelo neoliberal, del
turnismo caciquil de nuestros días, y de una monarquía corrupta.


El partido de Pablo Iglesias y Fernando de los Ríos (qué lejos quedan y qué
actuales nos parecen), ante esa encrucijada, sintió un apretón cólico que le
aconsejaba cambiar de tono y ceder, aunque fuera de momento, a la servidumbre
del camuflaje y el espejismo del disfraz, buscando a la desesperada unir el término
«socialdemócrata» a su identidad en vías de extinción.


El objetivo perentorio era pasar ante la opinión pública cabreada y ahora despierta,
como partido socialdemócrata o incluso de «izquierdas». De forma que mal que
bien, a trancas y barrancas, envío al trastero (y esto lo hicieron sus militantes
mediante el voto libre) a sus líderes más rancios, incluida Susana Díaz, aunque
conservando como semillas para la involución futura determinados elementos
reaccionarios.
Así, un nuevo líder de fáciles promesas, Pedro Sánchez, que venía a recuperar o a
intentarlo una marca progresista y social para sus siglas, tuvo a bien (aunque
forzado y con muchos titubeos) cumplir con lo prometido a sus militantes, y aliarse
no con el neoliberalismo extremista y trasnochado de Ciudadanos (una vez más)
sino con la socialdemocracia creíble y real surgida del 15M.
(Inciso: todo neoliberalismo es «trasnochado» después de la estafa global de 2008,
cuyas consecuencias aún arrastramos. Salvo que seamos masoquistas).


Como saben esa iniciativa de renovación derivó en una ventana de oportunidad
socialdemócrata después de mucho tiempo en nuestro país, con un gobierno de
coalición que enseguida despertó la ira de la derecha extrema, y también de la
derecha antidemocrática (incluida en esta algunos ex presidentes), que desde el
principio motejó a este gobierno como “ilegítimo”, desde la perspectiva y
prepotencia de un poder acostumbrado a corromperse y a perpetuarse en y mediante la
corrupción.

Lo primero que debemos intentar calibrar para valorar la magnitud y el mérito de un
esfuerzo, es la dificultad o dificultades a los que ha tenido que enfrentarse o a los
que aún hoy se enfrenta.
Señalemos tres obstáculos de magnitud considerable a los que este gobierno hizo
frente:

Lo primero de todo un régimen corrupto como pocos en Europa, empezando por su
misma cabeza visible. Régimen en el que desde la misma jefatura del Estado se
promocionó un modelo perfectamente lubricado, de latrocinio, venalidad, y saqueo.
La omertá como regla de oro y eficaz pegamento que da consistencia a toda la
trama.
La magnitud e idiosincrasia de este obstáculo explica los intentos
“deslegitimadores” a que antes hacíamos referencia. Quien vive de la corrupción
de la ley, suele calificar de “ilegítimos” a quienes se lo echan en cara.


El segundo obstáculo al que este gobierno hubo de enfrentarse fue a las
consecuencias en forma de estafa global y recesión económica del modelo
neoliberal. Modelo que para nuestra desgracia el PSOE de González abrazó con
entusiasmo sectario bajo la égida e inspiración de sus apóstoles principales:
Reagan, Margaret Thatcher, Blair y compañía.
Para hacerse idea de la naturaleza de esa «inspiración» apostólica y profética a la
que el PSOE de González fue tan dócil y fiel, baste recordar que los Reagan no
tomaban una decisión sin consultar antes con sus astrólogos (no confundir con
astrónomos).
No olviden tampoco que el modelo neoliberal tiene una relación íntima y estrecha
con la telebasura, no solo en el fondo y naturaleza de su negocio sino en su
propagación.
Aquí como en otros muchos temas, no tuvimos criterio propio (los ideales europeos
cayeron en el olvido) e hicimos seguidismo servil de la experiencia americana, que
en sus últimas consecuencias condujo a Trump y el asalto al Capitolio.
A nosotros (adaptando el mal a nuestro propio medio) nos llevó directamente a
Diaz Ayuso, el negacionismo de los antivacunas, y a los «deslegitimadores» de la
legalidad democrática.

Hemos de reconocer por tanto a los mencionados próceres de la derecha radical
no solo como padres (en su instrumentación política) del invento neoliberal y su
estafa, sino también de su falso remedio: el austericidio. Aquí Merkel toma el relevo de sus precursores y adquiere un papel protagonista, aunque más tarde, y vistos los efectos, ha querido salirse por la tangente y lavarse las manos. Al menos hemos de concederle que ha expresado su arrepentimiento en público.


El tercer obstáculo (de naturaleza sanitaria) que tuvo que encarar el gobierno
actual, que venía (en teoría) a hacer realidad la alternativa socialdemócrata en
nuestro país, fue determinado tanto en su origen como en su mala evolución por
los condicionantes señalados anteriormente: un modelo ideológico nocivo (el
neoliberal) y un modelo económico perverso.


La nueva pandemia de Covid-19, que ya ha marcado su impronta indeleble en la
Historia con millones de víctimas y la consiguiente ruina económica, nos encontró
con nuestros servicios públicos recortados, “neoliberados”, y saqueados con alegre
desparpajo. Toda una estudiada y prolongada estrategia en la que privatización y
corrupción económica y política constituyen los elementos imprescindibles del
tándem.

¿Donde estamos ahora?
Con la legislatura avanzada, habiendo logrado afianzarse y mantenerse en el
poder gracias al apoyo y el maquillaje social aportado por sus socios, el PSOE
empieza a recular, a incumplir promesas (una constante en su historia desde la
transición), y a recortar de nuevo derechos sociales.
El trabajo basura y los contratos precarios siguen siendo el eje de nuestra política
económica. Por tanto la desigualdad seguirá creciendo y llenando de tensiones
nuestra convivencia.
La ultra derecha más cavernaria ha encontrado en los desesperados que este
modelo produce (y que cada vez son más) la pólvora para sus artefactos
explosivos. Es innecesario decir que esos desesperados ciegos se meten por su
propio pié en la boca del lobo. La ultraderecha los utiliza, pero nunca defenderá
sus derechos.
Los amos y los hilos que mueven esa ofensiva política radical está a años luz de
su realidad existencial y precaria, y entre sus prioridades no está resolver sus
problemas, y mucho menos defender sus derechos.

Vemos así que este gobierno (a pesar de las promesas de su líder) no eliminará la
reforma laboral de la ultraderecha económica.
Vemos también que retrasa la edad de la jubilación con un paro juvenil que es
nuestra marca España (ni Rajoy lo hubiera hecho peor).
Constatamos que es incapaz de recuperar la fortaleza de nuestros servicios
públicos y acercarlos a un nivel homologable con Europa, y que seguimos por
tanto a merced de los embates del destino, sea en forma de nuevas pandemias o
de los estragos del cambio climático.


En lo que sí parecía el inicio de un proceso de acierto y reparación con relación a
la estafa sufrida por los trabajadores interinos de nuestros servicios públicos (los
que han combatido en primera línea la pandemia), tampoco está claro ya que vaya
a llevarse a cabo con los requisitos e imperativos marcados por la jurisprudencia
europea (sentencia de junio de 2021), ya que no se garantiza la fijeza de estos
trabajadores (algunos a las puertas de la jubilación) estafados durante décadas. Ni
siquiera una indemnización mínimamente decente o reparadora del daño.


Por otra parte vemos cómo, una vez más, empiezan a reactivarse los elementos
reaccionarios que en el seno del PSOE aguardan su oportunidad, y a que el
espíritu del 15M se olvide y se disipe.
Lo hemos visto por ejemplo estos días en el ataque concertado y concentrado
contra el ministro Garzón por ser la voz de la racionalidad honesta y veraz, y
habernos recordado los compromisos contraídos con la Agenda 2030.


Recordemos que hace pocos días era noticia en El País y en otros medios, que
Bruselas llevará a España ante la justicia europea por la contaminación de la
ganadería y agricultura industriales. Y es que los requerimientos que se nos hace
una y otra vez en este sentido, al parecer caen en saco roto.
Otro efecto secundario de una política de maquillaje.


Lo bueno de las declaraciones del ministro Garzón es que nos hemos enterado
(reabierto el debate) qué es lo “intensivo” y qué es lo “extensivo”; qué son las macrogranjas industriales y cómo le sientan al medio rural y al medioambiente;
cuáles son sus efectos contaminantes y nocivos y en qué medida estos efectos
nocivos les importa a nuestros políticos; qué intereses defienden cada uno de
estos y para quiénes trabajan.
Es decir, esas declaraciones y el debate reabierto nos han recordado que existe la
Agenda 2030 y los compromisos contraídos e incumplidos una y otra vez en este
tema (evitar los efectos contaminantes de determinado modelo de explotación), y
cómo la justicia europea está cansada de llamarnos al orden para que, fuera de
todo maquillaje, seamos más veraces y cumplidores.
La salud del medio ambiente y la de los seres humanos que lo habitan está en
juego.

Constreñidos

Da que pensar esos que dicen que les constriñe el Estado (este) pero no les constriñe ni les aprieta el zapato el emérito (por ejemplo), con sus asuntos raros y su tren de vida -mucho más claro- en Abu Dabi. Y es que nuestro anterior monarca es otro exilado romántico que también se sentía constreñido por el Estado del que era jefe en régimen de perpetua y gozosa impunidad, y por eso acabó yéndose a un país más «libre», como los Emiratos árabes, en compañía de otra buena gente, traficantes de armas, asesinos de periodistas, y demás.

Ni la Gürtel, ni Kitchen, ni siquiera las cloacas de ese Estado que dicen que les constriñe les constriñe a estos que se sienten constreñidos. Y recordemos que esas cloacas son tugurios opacos, poco ventilados y un tanto fétidos, donde hay quien por inclinación natural y tradición cultural, respira bien y se siente a sus anchas, dedicándose a malversar fondos reservados (fondos de todos nosotros, claro) con fines partidistas y de ocultación última de su corrupción sistémica. O sea, les constriñe el Estado pero no sus cloacas mafiosas, quizás también un pelín medievales. ¡Curioso!

No les constriñen tampoco ni les deprimen, ni les causa desasosiego a estos las puertas giratorias, puertas abiertas de par en par al tráfico y la compra-venta con el encarecimiento consiguiente de bienes y servicios básicos, como la electricidad.

No, nada de eso les constriñe. ¡Qué extraño!

Lo que les constriñe es el Estado, que en su subconsciente más retórico y publicitario nombran como el feroz «Leviatán», es decir, los impuestos. O sea tener que pagar como todo hijo de vecino (que no pueda demostrar sangre azul o impunidad hereditaria), lo que antaño se llamaban tributos. O lo que es lo mismo: les constriñe la sanidad pública, la educación pública, las vacunas públicas al alcance de toda la población, las pensiones de los ancianos … todo lo que suene a público.

Eso, todo eso, que hasta ahora estaba considerado un gran logro de la civilización y un adelanto en la historia humana y colectiva como base y fundamento de su convivencia, es lo que les tiene mohínos, contristados, y constreñidos.

Pues para eso, disculpen, no hay que ponerse tan estupendos, ni tan retóricos, ni tan victimistas…

Que si «libertarios», que si “individualistas» de otro tiempo mejor (sería el franquismo), que si insobornables hiperbóreos «nietscheanos», que si unos héroes de la libertad contra la opresión en curso… Bobadas y caretas.

Basta con decir, sin tanto adorno barato, que quieren estar a las maduras pero no a las duras. Coger y pillar, pero sin contribuir.

Esa es la sustancia y el meollo que subyace a tanto teatro vano.