Archivos Mensuales: abril 2017
Espectáculo
Que dicen los que de esto dicen saber, por ejemplo El País, que el espectáculo lo está dando “Podemos”, y que si gobierna Rajoy es gracias al apoyo que le presta esta formación radical. Así como lo oyen. Un cuento chino para occidentales libres, propalado entre adultos y a plena luz del día.
¿Estarán convencidos de que sus lectores se lo creen y no detectan el engaño?
¿O pensarán que sus lectores consienten el engaño para a su vez contagiárselo a otros?
Sin comentarios.
O mis ojos han dejado de ver claro por efecto del flash continuo, o nuestro mundo es cada vez más turbio por causa de la fotofobia administrada en dosis sucesivas, pero lo cierto es que no entiendo nada.
Si dijéramos, como suele decirse en estos casos, que el mundo está (o nos lo cuentan) al revés, nos quedaríamos cortos, no abarcaríamos ni completaríamos la descripción del caso.
O si dijéramos que esto no puede estar ocurriendo en nuestro país, sonaría demasiado melodramático, peliculero, o incluso escapista, pero lo cierto es que está ocurriendo, y ante nuestras propias narices, y no se me ocurre otra forma de traducir en pensamiento racional esa percepción incontrovertible que decir: esto no puede estar ocurriendo.
Ojiplático me estoy quedando ante este nuevo intento de transubstanciación de la realidad, ante esta renovada celebración del misterio de la fe.
Se están alcanzando tales cotas de mendacidad, que producen vértigo.
No es que esté indignado, es que empiezo a estar estupefacto. Y como demócrata, incluso asustado.
Y sospecho que no soy el único.
Que es que aunque estemos curados de espanto, cada mañana nos regalan con un espanto mayor, in crescendo propiamente, hacia no se sabe que apoteosis final, y sin etapas intermedias. Y así no hay manera, porque o nos quieren matar de un soponcio, o ya estamos muertos y no nos hemos enterado.
Que todo es posible, visto lo visto y lo que algunos afirman no ver.
Leo y vuelvo a leer, una y otra vez, con los ojos llenos de lágrimas y ya sin ver: “El PSOE y Ciudadanos se unen frente a la corrupción del PP” (El País, 28 de abril de 2017).
¡Toma ya! ¡Funambulismo puro!
¡Y sin red!
¿Qué es lo que nos ocultan para arriesgar de esa manera en ejercicio tan impúdico de la mentira?
¿No les parece inmoral decir, ante la vista de los hechos procesales, y a estas alturas del espectáculo, que el espectáculo lo está dando Podemos?
O sea, que llevamos ni se sabe el tiempo sometidos a una corrupción política y económica en dosis de caballo, ocultando -en modo coalición- todo el estiércol y las boñigas del mundo mundial debajo de la sufrida alfombra nacional, hasta que al vecino de abajo se le ha caído del techo la lámpara junto con el propio techo recién pintado ¿y el espectáculo lo están dando estos que acaban de llegar?
¿Por haber levantado la alfombra? ¿Por querer orear?
Con decoro y formalidad -como se les pide y exige- plantean una moción de censura (¿acaso no es censurable tanta porquería?), para decir (que menos) nosotros no tragamos, ¿y les censuran a ellos?
¿Por qué? ¿Por no callarse? ¿Por no mirar para otro lado? ¿Por no resignarse? ¿Por no colaborar en la ocultación y la ignominia?
Hagan el experimento: trasplanten con la imaginación libre el caso en cuestión a cualquier otro país civilizado de nuestro entorno o a un Estado mínimamente sano y decente.
¿Lo visualizan? ¿Lo ven posible? ¿Lo entienden?
¿Se reconocen en lo que normalmente se define como Estado de derecho o democracia homologada?
Estimadas fuerzas vivas, poderes facticos, trama, o lo que ustedes sean (nada bueno, seguro): sigan en esa línea.
Cuando acaben con el país, avisen y echamos el cierre.
El coro y el decoro
Que ante la magnitud de la corrupción que rezuma por todos sus poros nuestro desgraciado país, la respuesta indignada se considere excesiva, o incluso una falta de decoro, cuando no una injustificada rabieta infantil guiada por el odio, nos da una idea de la tropa de melifluos consentidores en que nos hemos convertido.
Han bastado unos cuantos años de domesticación concienzuda, como prórroga a cuarenta años de inexistencia civil, para secar toda posibilidad de digna y justificada rebeldía, de mínima honestidad.
Es de tal calibre nuestro horror a mirar la verdad de frente, que no creo que podamos volver a vivir en un escenario social o político que no sea de mentira.
Ese es el nivel de nuestra crítica: el adorno y maquillaje del fraude y la estafa.
La hipocresía era anglosajona hasta que decidimos batir el récord.
Es de tal entidad nuestro miedo a coger el toro por los cuernos, que no me extraña que la fiesta nacional esté bajo mínimos (aparte de porque es una tortura ritual de seres inocentes).
Somos postergadores natos y crónicos de nuestras responsabilidades, y así nos va. Pelotas harapientos, siempre buscando el arrimo del sol que más calienta.
Lo que más me duele es que no haya en Europa alguien que nos quiera un poco, y por nuestro bien nos llame al orden o directamente denuncie lo que nosotros callamos.
Les da igual, mientras sigamos pagando la deuda (la deuda de una estafa) y engordando los beneficios de los bancos.
Cuando con toda la ilusión de nuestra juventud muchos vivimos el momento histórico y colectivo de dejar atrás una dictadura y empezar a vivir en una democracia, la ocasión de acabar con el aislamiento de bichos raros y conocer otros modos de estar y de pensar más abiertos, más informados, más críticos, nunca imaginé que iba a llegar a ver esta decadencia ética, y esta muerte civil fruto de un cinismo consensuado.
Somos un coro decoroso de peleles. En eso nos hemos convertido.
“No hemos vigilado lo suficiente”, dicen ahora algunos como excusa y tapadera.
Y el coro repite: “invigilando, pecata minuta, sólo era una manzana podrida. Todo lo demás era sano”.
Invigilando, parece que no. Ocultando, me temo que sí.
Robando a manos llenas y reclamando, látigo en mano, la austeridad ajena.
En esto, como en tantas otras vergüenzas de las que ya tenemos la despensa llena, la “gran coalición”: uña y carne.
El autobús
Así como algunos han estado a punto de perder el “tramabús” (al final han llegado a tiempo), otros -muchos más- estamos en ciernes de perder, si no ponemos remedio, el autobús de la historia y de la normalidad política.
Y es que, si nuestra situación política es normal, que venga Dios y lo vea.
Salvo que consideremos normal esa normalidad que irradia Rajoy, que nunca sabe uno si es la normalidad del ciudadano medio, o la raíz cuadrada de la corrupción elevada al cubo.
A lo mejor, cuando le interroguen los jueces, nos lo aclara.
El caso es que uno visualiza, quizás cinematográficamente, al PP de Madrid, con Aguirre y toda su tropa acudiendo presurosa y billete en ristre, a la estación del tramabús -a punto de salir en su viaje concienciador- gritando desesperadamente que les esperen.
Y lo cierto es que han llegado, por los pelos, pero han llegado. Puntuales a la cita. Como era de esperar.
Y para que no sobre mi falte nada, también aparecen periodistas.
¡Qué cosas!
Ni que los hubieran visto venir.
Toca ahora Madrid como no hace tanto tocaba Murcia o Valencia.
Ahora bien, también se decía en Twitter -y no sin razón- que a este paso no va a ser suficiente un autobús, y que habría que ir pensando en un tren de mercancías, y de los largos.
¡Si fuera tan fácil librarnos de esta lacra!
Hasta les pagaríamos el billete, pero sólo de ida.
Aquí el hecho de la cantidad ofusca el hecho de la calidad, y al final tenemos un lío de magnitudes en que, sí o sí, nos pasamos tres pueblos. En la una, por arriba, y en la otra, por abajo. Y es que, efectivamente, hemos asaltado los cielos, pero ha sido la corrupción, y hemos besado el suelo, pero hemos sido los ciudadanos.
¿Somos conscientes de lo que nos está pasando?
¿Somos conscientes de en qué manos hemos puesto el destino de nuestro país, y en qué país nos estamos convirtiendo?
Ayer en RNE, una oyente argentina nos deseaba lo mejor a los españoles, e intentando hacernos un favor que nosotros mismos no nos hacemos, nos ponía sobre aviso con su propia experiencia, sobre la manera sigilosa y letal en que la corrupción corroe y acaba con un país, y hace la vida desgraciada a sus ciudadanos.
Evidentemente, a estas alturas, muchos somos conscientes de esta circunstancia, pero no está de más este tipo de advertencias que proceden de la experiencia en carne propia.
Tal como ocurrió con Argentina, hoy ocurre con España, venía a decir.
Y es que hay autobuses que, como el tren de la historia, sólo pasan una vez, y si se dejan pasar, los que tenían que irse se quedan.
A lo peor, hasta sucede que otros les ayudan a quedarse. Y no quiero mencionar a ninguna gestora.